Yo nunca, o casi nunca, hablo de deportes por aquí. Pero hoy me enteré de algo que me llamó mucho la atención y, además, hizo que me dé cuenta que tan lejos estamos del primer mundo (y del segundo y, si seguimos así, también nos vamos a caer del tercero).
Mañana comienza el torneo de Wimbledon, el Grand Slam sobre césped de Inglaterra. Tenis, muchachos, esa cosa que se juega tratando de reventar una pelotita amarillita verdosa con una especie de espumadera grandota. Y, al ser el torneo más antiguo y prestigioso del mundo, los organizadores están atentos a todos los problemas y eventualidades que pudiesen ocurrir, desde cuestiones climáticas, hasta cómo combatir a los enemigos número uno del torneo: las palomas.
Me enteré que han entrenado a dos águilas, si, dos águilas dos y no las barras de chocolate precisamente, para que sobrevuelen las canchas y se coman a las palomas que se comen el pasto y pueden dejar pelada la superficie de juego. Amén de que se evita que los jugadores, jueces y público terminen ensuciados por esas ratas con alas que invaden el planeta.