No tengo facilidad de palabra, nunca la tuve, ni oral ni mucho menos escrita. Tengo adoración (y algo de envidia, debo admitir) por quienes logran transmitir sus día a día del modo más acabado y magico.
Sin embargo y haciendo caso de algunos consejos, ando munida de papel y lápiz noche y día. A pesar de todo, la seguridad que representa saberlos cerca mio todavía no ha echados raíces y, menos que menos, dado algún fruto. Pero, de tanto en tanto, como hace un rato, los saco de mi morral y me siento y escribo.
Siempre que ando en estas situaciones, recuerdo aquel cuento de Arlt sobre el escritor que se habia quedado en blanco. Cuento altamente recomendable para quienes así estamos (no es que me crea escritora ni mucho menos algo que se asemeje mínimamente a Roberto).
Me había propuesto retomar los viejos ejercicios del taller, pero junto a ellos, aparecieron algunos garabatos que, en su momento, osaron proclamarse cuentos y relatos que hoy no merecen más que un viaje al incinerador. A excepcion de ciertos párrafos, no soporto leerme: cambiaría todo cada vez, tiraría todo cada vez.
Por eso acá hago amontonamiento de palabras, esperando que ellas solas decidan ordenarse y ponerle sentido a este espacio.